jueves, 11 de junio de 2009

Pasarán más de mil años....

Resulta cuando menos llamativa la curiosa atemporalidad de la que hacen gala algunas de las más sencillas histórias. Probablemente en este singular hecho radique la clave por la cual todas ellas pasan de ser elementales cuentos a convertirse en magníficos relatos. En las próximas líneas encontraréis un claro ejemplo de cuanto hasta ahora os he expuesto.
Personalmente, influido sin lugar a dudas por mis propias vivencias como músico, creo poder afirmar que con toda probabilidad
pasarán más de mil años antes de que los hechos aquí narrados no estén, de un modo u otro, de rabiosa actualidad. Al fin y al cabo..... ¿Quién a lo largo de su existéncia no se ha sentido alguna vez como un flautista en Hamelin?.
"Cuenta la leyenda que hace ya unos cuantos siglos la prospera villa de Hamelin se vio sorprendida por una terrible invasión de ratas. Tan numerosos y voraces eran los roedores que resultaban inútiles cuantas medidas de control tomaban sus habitantes contra ellos.
Angustiados y prácticamente al borde de la desesperación, solicitaron la ayuda de las autoridades y éstos últimos, incapaces de encontrar mejor solución, decidieron ofrecer una cuantiosa recompensa a aquel que fuese capaz de liberar a todos de tan indeseable plaga. Y he aquí que cuando todo parecía presagiar como inevitable el inminente abandono de la población, sucedió un hecho extraordinario que habría de cambiar el curso de los acontecimientos.
Ataviado con una peculiar indumentaria d
e llamativos colores, raída por el tiempo y cubierta por el polvo de los muchos caminos recorridos, se presentó ante todos un curioso personaje a quién nadie en el pueblo había visto jamás. Con paso firme y decidido se dirigió al medio mismo de la plaza hasta saberse centro de todas las miradas. En ese momento, con su voz clara, y haciendo uso de un tono tintado de notable seducción, hizo saber a todos su intención de llevar a cabo la difícil tarea de limpiar de ratas la noble villa de Hamelin. Sin embargo los allí presentes, influidos en parte por la aparente fragilidad del personaje, la poca seriedad de sus ropajes así como por los muchos meses de infructuosos intentos que ellos mismos habían llevado a cabo usando todo tipo de argucias para librarse de tan odiosa invasión, dieron poco crédito al osado discurso del forastero.
Fue
entonces cuando, haciendo uso de una pequeña flauta que transportaba oculta en los pliegues de su capa, comenzó a tocar una sencilla melodía que al instante provocaría un insólito efecto. De cada casa, almacén o granero comenzaron a salir miles y miles de ratas que acudían en tropel a los pies del músico ante la atónita mirada de cuantos se hallaban en la plaza. Sin dejar de interpretar la mágica tonada, comenzó a andar calle abajo y tras él también lo hicieron todas y cada una las ratas invasoras. Al llegar a las afueras, encaminó sus pasos a la orilla del río y escogiendo el lugar más idóneo se dispuso a atravesarlo. Contrariamente a lo que hubiese cabido esperar, los roedores sumidos en la frenética persecución del singular flautista fueron de este modo desapareciendo al perecer ahogados en la corriente fluvial.
Al cabo de unas horas, con la ropa aún mojada, el extraño personaje regresó sobre sus pasos
hasta alcanzar de nuevo la plaza principal. Como que la mayoría de los habitantes se afanaban en recuperar la cotidianeidad de sus vidas al haber desaparecido los "incómodos invitados", el lugar se encontraba prácticamente desierto. No obstante un pequeño grupo de vecinos, entre los que se encontraban la mayor parte de las autoridades, aún permanecía reunido por lo que el músico se acercó a ellos con la intención de reclamar la recompensa ofertada. Pero cual no habría de ser su sorpresa cuando, tras exponer su justa reivindicación, ninguno de ellos se manifestó a favor de hacer efectiva la gratificación. Y es que la mayoría de ellos no estaban dispuestos a ver mayor relación que la simple casualidad entre la desaparición de la plaga y la acción del desconocido músico. Incluso el responsable máximo, seguramente en un intento de intimidar al solitario forastero, insinuó la conveniencia de investigar la posibilidad de que todo pudiese formar parte de un malicioso plan para obtener beneficios ilícitos. Contrariado, y con la lógica frustración de quien se sabe despojado de un legítimo derecho, intentó inútilmente esgrimir sus argumento por última vez pues en esta ocasión obtendría como interesada respuesta la burlesca ignorancia de la mayoría de los presentes.
Al día siguiente al alba, cuando apenas si despuntaban los primeros rayos de sol sobre las casas del pequeño pueblo, una pegadiza melodía desgarraba el silencioso momento y flotando en el aire como un penetrante e irresistible aroma inundó con rapidez todos y cada uno de los hogares de la noble villa. Al instante las calles comenzaron a llenarse con los cientos de niños y niñas que, saliendo de todas partes, desfilaban embelesados por tan prodigiosa sintonía hacia las afueras de la población. Y todo sucedió con tanta rapidez y de manera tan inexplicable que, cuando los habitantes de Hamelin quisieron reaccionar, no fue posible ni tan siquiera seguir el rastro de los pequeños.
Así pues, durante años buscaron inútilmente el paradero de los desaparecidos. Finalmente cuando
angustiados, y prácticamente al borde de la desesperación, solicitaron una vez más la ayuda de las autoridades éstos, incapaces de encontrar mejor solución, decidieron ofrecer una cuantiosa recompensa a aquel que fuese capaz de localizar a la generación perdida. Recompensa que como todos podéis imaginar, visto y oído lo aquí relatado , nadie estuvo interesado jamás en reclamar."

1 Comentário:

Anónimo dijo...

Bonito cuento... ÁNGELA.
Feliz verano!!!

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